Sin City. Confirmación

Matones, prostitutas, políticos corruptos, asesinos a sueldo, las mafias locales, policías corruptos, mujeres sensuales, vigilantes desesperados, todo tipo de variados perdedores y gente de mal vivir... Estos son el tipo de personajes que pueblan la ciudad del pecado. Muchos quieren vengarse, otros redimir sus pecados. Y también hay quien espera conseguir un poco de las dos cosas. Un universo de héroes extraños y reticentes que intentan hacer lo correcto en una ciudad que rechaza el bien. Personajes que además se entrecruzan habitualmente dando una sensación de "vidas cruzadas" y cierto sentido de unidad a todo el conjunto de la ciudad.

Prólogo

Mi relato no tiene como tema primordial batallas cruentas, guerras gloriosas ni tañidos de campanas repicando al son de la victoria. Eso son cuentos que cualquier bardo podría ensalzar con acierto… no, mis memorias valen mucho más.

No son aventuras heroicas, si no susurros de niebla y humo que se pierden en el viento. No son espadas afiladas y nobles chocando contra potentes escudos, si no dagas sigilosas y traicioneras clavándose por la espalda. Ah… he tenido una vida larga, dura y llena de momentos tanto felices como desdichados. Y, a mi pesar, los más abundantes han sido los segundos.

Todo giraba en torno a ella. En torno a la ciudad. En torno a esa primera piedra que construimos las cuatro primeras razas que nos asentamos. No, los ángeles no tuvieron nada que ver. Esos entrometidos de plumas blancas llegarían mucho, mucho después.

No; los primeros fueron ellos tres y yo. Aún recuerdo, con absoluta claridad, cómo en aquella colina perdida de la mano de aquel a quien humanos y ángeles llamaban ‘Dios’, chocaban cuatro fuerzas sobrenaturales. Eran tres más los que estaban allí, desorientados, furibundos y reclamando el territorio. Cada uno tenía sus propias razones para exigir la propiedad de esa zona como suya, y yo lo sabía: ese hombre de cabellos rojizos y amenazadoramente oscuros ojos, buscaba un sitio para mantener a su manada de chuchos sarnosos… aunque otro tipo de crónicas los llamarían licántropos. Una dama de encantadora y casi imposible belleza, incomparable cabellera negra que caía cual cascada por su espalda, ansiaba un lugar de descanso y protección para los pertenecientes a su raza, tanto hombres como mujeres de singular hermosura pero no por ello poco letales. Y, finalmente, un socarrón hombre de alta estatura y espesa barba, jovial expresión y ojos codiciosos, que sería el primer habitante humano hasta que muchas generaciones después, se despertase algo que ellos llamarían ‘fiebre del oro’.

Aquella disputa por la posesión fue, francamente… épica y al mismo tiempo desastrosa. No había concordancia, ni orden alguno, ni nobles reglas de camaradería o respeto contra el adversario. A mordiscos, puñetazos (y en el caso de la joven, besos en el aire seguidos de certeras puñaladas) y golpes, acabamos los cuatro abatidos y magullados después de dos días de intensa refriega. Debo admitirlo, por muy enclenques que pareciesen, cada uno tenía un enorme poder a su manera. Yo no podía rivalizar con ellos o soñar con ganarles, y ellos tampoco podían conmigo. De tal forma que la única manera que podía existir para que todos estuviéramos satisfechos… era la amarga división del territorio.

Pero no contentos con ello, en especial la joven dama, la cual dudaba en gran medida del respeto de los otros varones (yo sé que los hombres no tenemos una gran fama de bondadosos o de no perseguir a bellas damiselas por su delicioso aspecto, pero aun así la encontré más suspicaz de lo esperado), firmamos un tratado. Pero no uno cualquiera, si no El Tratado. Nuestras cuatro razas estarían dispuestas a mantener sus territorios y sus zonas, sin mezclarse entre ellas, manteniendo las distancias y en sintonía y paz. Un contrato a la vez de Pureza y de Lealtad.

Quedó establecida así, uniendo nuestras cuatro manos con un pequeño corte en cada una de ellas y creando así una unión de sangre, la Alianza. Cuatro líderes, cuatro pueblos a gobernar.

Quién nos hubiese dicho en ese breve instante de acuerdo, cuando cada uno tenía sus propios sueños y esperanzas en el futuro… que un oscuro destino se aproximaba, lento e inexorable, portador de la destrucción.

Continuará